El chovinismo es, según el diccionario de la RAE, la <<exaltación patriótica de lo nacional frente a lo extranjero>>, o, dicho a la llana: que todo lo que se ha parido en tu país es la repera y lo del resto del mundo deja mucho que desear. Los franceses tienen fama de pecar de este desdén hacia lo foráneo; de hecho, la palabra chovinismo, o chauvinismo, debe su nombre al patriotero francés Nicolas Chauvin, héroe de las campañas napoleónicas.
Justo el caso contrario es el papanatismo, que consiste en <<admirar algo de manera excesiva, simple y poco crítica>>, generalmente lo que llega de fuera. Por desgracia los españoles pecamos de papanatas más a menudo de lo que sería deseable. Nos pirran las modas extranjeras; cosa que no es mala en sí, si no fuera porque generalmente esta preferencia por lo exótico suele jugar en detrimento de lo autóctono. Y el mayor exportador de nuevas tendencias es indiscutiblemente Estados Unidos, nación que quizás debido a tener una historia tan cortita a sus espaldas, parece obsesionada con lo novedoso y con lo cambiante, y ha logrado contagiar a la mismísima vieja Europa su desapego por unas tradiciones de las que aquélla carece, por lo que difícilmente puede enorgullecerse de ellas.
La última ocurrencia de los inquietos yanquis es la moda de los food trucks, es decir una reinterpretación del puesto de comidas ambulante de toda la vida, que unos chefs californianos decidieron en 2009 reinventar, sustituyendo la comida rápida por platos gourmet y redecorando los vehículos al gusto de sus exquisitos clientes potenciales. Y, como no podría ser de otra forma, apenas un lustro después ya los tenemos rodando triunfantes por las carreteras de medio mundo, con el marchamo de ser una moda de USA(r y tirar). Por supuesto todo esto nos llega rodeado del aparataje mercadotécnico habitual en estos casos (película taquillera incluida).
Por estos lares ya conocíamos de sobra los puestos ambulantes de comida, y por supuesto hace apenas unos años a nadie se le ocurría considerar ni “moderno” ni “cultural” al churrero donde compra las porras los domingos, ni al puesto de los perritos calientes de la feria. Pero gracias al apabullante poder de fascinación que ejercen los magos que crean las tendencias, los food trucks sí se han hecho un hueco en el imaginario colectivo como representantes de lo más novedoso e inventivo en el panorama gastronómico.
Pero dejando al margen lo insustancial de la moda en sí (otra moda pasajera de la que nadie se acordará dentro de unos cuantos años; se admiten apuestas), yo me pregunto: qué necesidad hay de comer de pie, de mala manera, frente a un camión en un descampado, cuando tienes a tu entera disposición una oferta hostelera tan rica y variada como la nuestra, donde además de ponerte a resguardo de los elementos (no sólo los meteorológicos…), y refrescarte o entrar en calor según la estación, te puedes lavar las manos antes de usarlas para comer, y te puedes sentar confortablemente mientras te atiende un camarero, amén de disponer de un aseo en condiciones para tus necesidades fisiológicas. Porque lo de las garantías higiénicas daría para otro post entero.
Puede que la necesidad de un servicio de restauración itinerante, que pueda desplazar sus servicios allá donde se requieran, tenga su utilidad en un país con un territorio tan extenso como EE.UU., y con una oferta gastronómica más modesta que la nuestra, en cantidad y calidad, y por fuerza más dispersa. En aquel país usan el coche para todo, y si Mahoma está perezoso y no le apetece conducir hasta la montaña, pues a la montaña se le ponen ruedas y que le lleve la comida a su calle. Tal vez en California, en las inmediaciones del desierto de Mojave, sí resulte práctica la hostelería ambulante, pero no lo es en un país como el nuestro, donde tradicionalmente contamos con una apabullante oferta para todos los gustos (hace unos años se hizo público el siguiente dato impactante: sólo en el barrio madrileño de Malasaña hay más bares concentrados que en todo el Benelux junto: Bélgica, Holanda y Luxemburgo). Teniendo a nuestra disposición a nuestros hosteleros, tan apreciados en el extranjero, ¿quién necesita este tipo de modas importadas, pasajeras y papanatas?
Fernando Llorca
Trabajador de APEHA