El suelo suministra agua y nutrientes a las cepas. Pero, ¿hasta qué punto determina los aromas y el sabor de un vino?. A través de las raíces, los minerales llegan como nutrientes hasta los granos de uva, de allí al dulce jugo, luego al vino y finalmente a nuestro paladar. Una historia casi demasiado bonita para ser cierta, ¿verdad? En el mejor de los casos, en una botella de vino no habrá más de un diminuto gramo de suelo. Es lo que demuestran las denominadas cenizas del vino. Contienen la totalidad de las sustancias minerales y oligoelementos. Para medir el contenido de cenizas, se evapora una cantidad determinada de vino y, a continuación, se incineran todas las sustancias orgánicas. Los 1,8 hasta 2,5 gramos de cenizas que más o menos quedan de cada litro se componen de potasio, fósforo, calcio, magnesio y sodio, además de los elementos traza manganeso, cinc, cobre, hierro, flúor, yodo y bromo. A pesar de estas dosis prácticamente homeopáticas, los médicos opinan que dos copas de vino podrían completar beneficiosamente nuestra ingesta diaria recomendada de minerales, especialmente el vino tinto con fermentación maloláctica, porque su contenido de minerales es ligeramente más alto que el del vino blanco.
Suelos básicos, marcada acidez Pero la pregunta crucial es: ¿Influye el suelo en el carácter de un vino, en su aromática y su sabor? La teoría francesa del suelo defiende que los suelos de primera categoría para plantar vides deben ser algo áridos, porque la consiguiente escasez de nutrientes y minerales reduciría el rendimiento de manera natural, facilitando así, al mismo tiempo, una mayor concentración de las sustancias. Y ya hemos aterrizado en medio del dilema, pues los libros de texto dicen prácticamente lo contrario: cuanto más fértil es el suelo, más minerales contiene. Además, sabemos que la planta absorbe estas sustancias minerales a través del agua. Se podría concluir que los vinos “minerales” deberían crecer mejor en suelos pesados y ricos en agua… Sigue leyendo